Último episodio publicado: 1 de abril de 2024


19 de julio de 2013

Primer Concurso de RetroRelatos de RetroManiac - Bailando como mosca, mordiendo como mosquito



1º Concurso RetroRelatos de RetroManiac

Bailando como mosca, mordiendo como mosquito, por Axel A. Giaroli

-Entonces, ¿Para qué entrenas?
-Para no tener que pelear
Karate Kid (1984)

El chico apretaba los dientes mientras machacaba los botones de la recreativa. En la pantalla su personaje poco podía hacer para alcanzar con sus golpes a su objetivo, y cuando lo conseguía, apenas le afectaban. Era como chocar continuamente contra un muro de hormigón, su adversario lo único que hacía era mantenerse con aquella cara feroz. Era todo un coloso que ocupaba gran parte del campo visual del complejo, mientras que su personaje parecía un enano enclenque y escuchimizado. Daba todo de sí con el joystick pero nada conseguía hacer para consumir significativamente la barra horizontal que representaba la vitalidad de aquel Apolo Creed.
El esfuerzo por parte del chico se debía a que había vivido un sin fin de experiencias a través del personaje que controlaba. Para él la historia que había experimentado era tan real como cualquier otra que pudiese haber tenido al leer un libro de aventuras o al ver cualquier película de Spielberg. Pues su personaje había sufrido para llegar hasta allí. Era la batalla final y por fin, tras una larga carrera llena de sudor, sangre y lágrimas, el joven conocido con el apodo de Little Mac había conseguido una oportunidad para vencer al mismísimo Mike Tyson, el gran campeón de los pesos pesados.
Jugaba con entusiasmo y cuando lo hacía él se convertía en aquel joven boxeador que con valentía y corazón luchaba por una empresa imposible, un David contra Goliat que sólo podía acabar en victoria o derrota.
De repente, aquella bestia se despertó de su letargo y alcanzó al imberbe aspirante con un sorpresivo gancho de izquierda. Little Mac cayó al suelo.
– ¡Mierda! – esbozó el chico
El réferi comenzó a realizar la agónica cuenta atrás hacia la destrucción.
– ¡Vamos, levántate!
Finalmente, cuando había llegado al número ocho, se incorporó y se colocó frente a su contrincante. Pero los tres minutos llegaron a su fin y con ellos el primer round. En el intermedio, Doc Louis, su manager, volvió a soltarle aquella cita que siempre repetía: "Baila como una mosca, muerde como un mosquito". No pudo evitar preguntarse qué diablos podía querer decir aquello. Volvía a enfadarse al razonar que este no le daba nunca consejos para poder vencer.
– Veo que estás ocupado, Ian-san.
Aquella voz pilló al chico por sorpresa. Antes de darse la vuelta ya le había reconocido.
– ¡Sr. Morikawa! ¿Qué hace usted por aquí? – preguntó nervioso
Lo hacía porque sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Hacía un tiempo que Ian Zambuno había dejado de aparecer por el gimnasio El Sol, muy a pesar de que sus padres le habían insistido en dar esas clases de Aikido. Lo único que veía es que se la pasaba todo el tiempo de rodillas escuchando sandeces filosóficas que no tenían mucho sentido y que, cuando por fin se ponían a practicar algo físico, acababan realizando técnicas que nada tenían que hacer contra un buen puñetazo. Era mejor usar su tiempo jugando que perderlo todo allí. Seguramente, su maestro se había enterado de a qué dedicaba aquellas horas en las que en teoría tenía que estar dando clases.
El maestro era un anciano pequeño, de apenas una cabeza mayor que Ian. También era bastante delgado, con los pómulos de la cara marcados con arrugas que destacaban levemente su costumbre de sonreír. Las dos rendijas asiáticas colocadas en forma de ojos recalcaban esa extrema delgadez. Una que por otra parte, aunque era muy real, resultaba aparente al comprobar cuando le agarrabas del brazo que este era tan duro como una piedra.
Morikawa le dedicó al chico una sonrisa vacía de toda malicia.
– Por favor, llámame sensei o sensei Ippo, si lo prefieres. – le contestó
Esto reflejaba que por supuesto, él todavía se consideraba su maestro.
– Ehmm... no tienes porqué, ¿cómo lo diría?, dejar de... jugar a cosa. Continúa o perderás juego. Podemos hablar mientras sigues –contestó Morikawa.
Zambuno aceptó esta invitación más por la vergüenza de haber sido pillado por el profesor que por el respeto que este ejercía con su mera presencia.
– ¿Está aquí para llevarme a la clase? ¿Se lo va a contar a mis padres? – preguntó.
El sensei manifestó levemente una risa que vibraba con unas ondas tan pequeñas que más parecía un susurro que una carcajada.
– No, claro que no. Sólo estoy para ver. Me da muchísima intriga lo que estás haciendo.
– Ah –contestó.
Un silencio incómodo se prolongó durante lo que perfectamente podía parecer una eternidad, aunque realmente apenas había durado un minuto. En él, Tyson le estaba dando un almuerzo muy completo. Ian simplemente se veía incapaz de concentrarse al sentirse vigilado. Cuando tocó el suelo por segunda vez y consiguió levantarse en el segundo siete, el maestro volvió a reírse.
– Juegas muy mal. Creía que a los chicos de tu edad se le daban bien estas cosas.
El chico sintió su orgullo herido. Se concentró con toda su capacidad, pero apenas consiguió quitarle nada al mastodonte. Por fortuna, el minuto tres había dado por finalizada la segunda ronda. De nuevo apareció Doc Louis diciendo aquella cita de la mosca y el mosquito.
– Menuda gilipollez –expresó Ian en voz alta.
– Pues a mí me parece un consejo muy sabio...
Zambuno no pudo evitar darse la vuelta esta vez. La incomodidad le superaba, además de que no le veía el sentido a que le estuviera molestando todo el tiempo.
– Por favor, dígame la verdad. ¿Por qué está aquí conmigo? ¿Es que quiere que vaya a la clase?
– Sí, quiero que vayas. Pero no porque sea algo obligatorio para ti. También te dije verdad, quiero ver como juegas.
El chico se dio la vuelta y continuó en la tercera ronda. Tyson se posicionó y comenzó a aguantar de nuevo todos aquellos golpes inútiles que le inundaban.
– Ese hombre se ve muy grande... – expresó el maestro.
– Sí.
– Parece montaña...
– Es grande, sí – contestó con un deje de fastidio.
– Entonces, ¿Por qué te empeñas en estamparte contra él?
En esta ocasión optó por ignorarlo y continuó golpeando a su oponente, hasta que al final, pudo usar un Star Punch -el golpe más potente de Little Mac- y fue capaz de que Mike sintiera algo de dolor.
Ian se llenó de alegría.
– ¡Sí!
Una alegría que no duró mucho, ya que la respuesta no se hizo esperar y le dio la posibilidad de observar la textura del ring más de cerca.
– Me contaron tus padres que hace unas semanas te peleaste contra matón –comentó Morikawa–. Me dijeron que era más grande que tú y que acabaste con ojo morado.
– Sí –contestó el muchacho–. Por eso me quisieron apuntar a las clases de Aikido. Aún así... no quiero ofenderle sensei, pero no veo que sea útil para resolver mis problemas. Estar todo el tiempo de rodillas no me ayudará a evitar que tenga un ojo morado.
– Esa forma de pensar es razón por la que ganaste ojo morado, y también, razón de que no vayas a ganar juego.
– He llegado muy lejos –razonó Ian–.  No puedo perder.
El maestro esbozó una sonrisa.
– Ni siquiera eres capaz de escuchar consejos que te da entrenador en juego. Me ha gustado mucho: Baila como mosca, muerde como mosquito –expresó incorrectamente el japonés–. Creo que voy a empezar a enseñar Aikido así.
– ¿Cree que puede hacerlo mejor? – preguntó mosqueado
– Sin ninguna duda.
Justo en ese momento, la carrera del joven Little Mac había llegado a su fin al tocar por tercera vez la lona con un potente golpe percutante de aquel monstruo.
– Pues si tiene cambio... – contestó Zambuno –, estaría encantado de verlo con mis propios ojos.
El sensei se comenzó a carcajear por tercera vez aquel día. Luego, sin decirle nada al chico, sacó una moneda de su bolsillo y la introdujo en la máquina.
– Observa –contestó.
Mike Tyson apareció frente a él nuevamente. Aunque esta vez, Little Mac era conducido por alguien más sabio. La campana sonó y los dos oponentes se quedaron estáticos, observándose como dos cowboys en un duelo. De repente, la vorágine de puños apareció. Todos los golpes de aquel titán silbaban en el aire como misiles que intentaban alcanzar su objetivo, mas ninguno conseguía llegar. Little Mac era más rápido, más activo. Y conforme esquivaba los golpes más posibilidades tenía. Pronto dejó de esquivar y comenzó a dar lo mejor de sí. Ian podía observar como aquel gran oponente retrocedía por el dolor y se convertía en un gigante con pies de barro. Entonces, se derrumbó y el réferi comenzó a realizarle la cuenta atrás, pero al llegar a tres se levantó más furioso que nunca. No importó, porque cada explosión nuclear que intentaba detonarle no conseguía nunca alcanzarlo. No importaba qué clase de puñetazo intentara lanzarle, no importaba la forma, ni la variación de ritmo. Cuando el puño llegaba hasta donde el campeón le ordenaba, su joven oponente simplemente no estaba ahí. Volvió a caer y todavía no habían llegado al minuto y medio. Esta vez había sido algo serio por lo que sólo pudo levantarse cuando llegó al minuto ocho. Con más furia que nunca comenzó a golpear desesperado, casi sin mirar hacia donde tiraba ni razonar la forma en que lo hacía. A Little Mac le resultaba más sencillo eludirlo y atacarlo, a veces incluso le atacaba antes de que él le pudiese responder, por lo que ganaba más puntos para su Star Punch y podía noquearlo más fácilmente. Al final, un impacto épico llegó a la mandíbula de aquella bestia, la cual jadeó y terminó por derrumbarse. Su caída se convirtió en la culminación de la leyenda de un pequeño niño que con voluntad y convicción consiguió por fin ganar el cinturón de los pesados. Los créditos finales fueron apareciendo.
– Eso Ian-san, es Aikido –contestó.
Zambuno se quedó con la boca abierta. Jamás había imaginado que su profesor fuera un gran jugador de videojuegos.
– No puedo creerlo –comentó–. ¿Cómo lo ha hecho?
– Haciendo todo lo que no hiciste. No chocando, no luchando. Dejando que grandullón se estampara y no estampándome yo. Bailando como mosca, mordiendo como mosquito.



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Dedicado a mi hermano y al sensei Alfonso, mi maestro de Aikido y un segundo padre para mí.

1 comentario:

  1. La verdad es que, si bien el tono del relato es mayormente positivo, me parece increíble que siendo estudiante de una disciplina japonesa de artes marciales hayas recurrido al cliché/topicazo del "maestro Miyagi" para representar a Morikawa sensei (que no "sensei Morikawa"). No sólo está tremendamente manido, si no que resulta, a estas alturas y con la que está cayendo, racista. Como queda perfectamente reflejado en la por otro lado estéril frase "Las dos rendijas asiáticas colocadas en forma de ojos".
    Asombroso.

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